martes, 9 de diciembre de 2008

LA REALIDAD DE DIOS - HOWARD W. HUNTER

Pdte : Howard W. Hunter

¡Qué cosa tan preciosa es la vida, rodeada por las bellezas del mundo en que vivimos! Hay belleza en las montañas, en los bosques y lagos; en el mar con sus olas interminables; belleza en los cielos con sus nubes aborregadas, en el brillo del sol y en la lluvia; en la mañana, durante el día y la noche. A medida que las estaciones llegan y pasan, encontramos belleza en la frescura de la primavera que introduce vida nueva a toda la naturaleza, y en la gloria del verano. El otoño presenta un arreglo de colores antes de que el mudo invierno ofrezca su blanco manto. Hay belleza por doquier, si buscamos lo hermoso.


Existe una exactitud de orden en el universo de la cual llegamos a ser conscientes. Los días vienen y siguen las noches; las olas se levantan y caen con regularidad, el cielo lunar es exacto; las estaciones vienen y van en la secuencia de la naturaleza. Las estrellas en el ciclo siguen órdenes repetidas; los planetas y sus satélites actúan precisamente en relación a sus soles. El biólogo aprecia las maravillas y la belleza de la vida animal y vegetal, y el químico descubre los misterios de los elementos de la tierra; pero con entrenamiento científico o sin él, cada persona se vuelve más consciente de un vasto universo en el cual reina una intrincada exactitud en toda la naturaleza.


Cuando observamos los fenómenos de los cielos y la tierra podemos llegar solamente a una conclusión: de que éstos son los efectos de un gran propósito. No puede haber un diseño sin un diseñador ni tampoco nada construido sin un constructor; para cada efecto hay una causa.
Debe haber una mano guiadora para regular el universo en su orden preciso.

¿Nos sentimos obligados a admitir la realidad de un Ser Supremo? Millones de personas en este mundo tienen esta profunda y firme convicción.

¿Es Dios una creación de la mente del hombre, o es el hombre una creación de Dios? Los hombres luchan con muchas preguntas fundamentales, pero aquella que trata de si Dios es o no una realidad debe tomar precedencia. El método de encarar la solución de esta pregunta, difiere del que se utiliza en la investigación científica; no estamos tratando con un tema del reino material, sino espiritual.


A fin de descubrir a Dios como una realidad, debemos seguir el curso que El señaló para la búsqueda. Uno es el sendero que conduce hacia lo alto; requiere fe y esfuerzo, y no es un camino fácil. Por esta razón, muchos hombres eluden la ardua tarea de convencerse de la realidad de Dios; por el contrario, algunos toman el camino fácil y niegan su existencia, o sencillamente siguen el curso del que duda, de la incertidumbre, que son los ateos, los infieles, escépticos y agnósticos.

El método para el estudio de la mayoría de los temas consiste en la investigación de su historia y de todos los hechos conocidos; si comenzamos con historia y recurrimos al principio de uno de los registros antiguos mejor conocidos, encontramos estas palabras: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra" (Génesis 1:1). Esta declaración forma la base de la creencia hebrea sobre la creación, de que la tierra no llegó a existir por casualidad; ni tampoco fue creada por accidente.


Es la creación intencional de un Ser Supremo, para un propósito definido y significativo.

¿Debemos aceptar ciegamente esta declaración sobre la creación? El autor de estas palabras en el Pentateuco (primeros cinco libros de la Biblia) no presenció el momento en que el Creador hizo la obra, pero tenía la misma convicción de fe, como el escritor de la Epístola a los Hebreos expresó más tarde en estas palabras: "Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve" (Hebreos 11:1). Algunas veces la fe significa creer que una cosa es cierta donde la evidencia no es suficiente para establecer la convicción o el conocimiento. Debemos continuar la indagación y seguir la admonición: "Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá.Porque todo aquel que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá" (Mateo 7:7-8)


Después de anunciar que Dios creó los cielos y la tierra, el Antiguo Testamento relata que Dios conversó con nuestros primeros padres, Adán y Eva, en el Jardín de Edén; ahí les dio mandamientos y conversó con ellos. Sin duda Adán instruyó a sus descendientes, a través de ocho generaciones hasta el padre de Noé, sobre las cosas que había recibido de Dios mediante manifestaciones directas. Noé tuvo comunicación directa con Dios y enseñó a diez generaciones de sus descendientes. Dios se manifestó personalmente a Abraham, así como a Isaac y Jacob. Moisés llegó a ser el líder de sus descendientes, y recordamos su directa comunicación con Dios, el registro de lo cual ha sido preservado para las generaciones posteriores.

El Nuevo Testamento también ha registrado apariciones de Dios. Cuando Juan bautizó a Jesús, hubo una manifestación: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia" (Mateo 3:7). Y de nuevo en el monte de la transfiguración: " ... una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.

Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor" (Mateo 17:5-6).

Estos son sólo unos cuantos ejemplos de las muchas apariciones de Dios a sus hijos, como se encuentran registradas en el Antiguo y Nuevo Testamento. Las escrituras del hemisferio occidental también registran comunicaciones de Dios. La historia documenta copiosamente la realidad de Dios, mediante sus comunicaciones personales con los hombres desde el principio de generación a generación.


No debemos confiar únicamente en la historia para descubrir evidencias de la existencia de un Ser Supremo; el razonamiento nos proveerá también dicha prueba. Uno de los antiguos argumentos de la gente, puesto en forma silogística, es éste: Todo lo que es creado tiene un Creador; la tierra fue creada; luego, la tierra tiene un Creador. Refiriéndonos nuevamente a la Epístola de los Hebreos, el autor declara en estas palabras que Dios es el Creador de la tierra: "Porque toda casa es hecha por alguno; pero el que hizo todas las cosas es Dios" (Hebreos 3:4). El universo en moción y todas sus bellezas y maravillas están tratando de enseñarnos la existencia de Dios como el Gran Creador.

Un erudito ha dicho ". . a pesar de que la ciencia ha hecho todas estas cosas para el hombre, no puede hacer por él lo que él solo puede hacer por sí mismo. La ciencia puede enseñar, pero el individuo únicamente puede aprender, o sea, el aprendizaje es un procedimiento individual que una persona debe aplicar para sí misma, nadie puede hacerlo por ella. Ninguna persona puede aprender por otra. La ciencia generalmente nos enseña que hay un Dios, ¿no es verdad? pero el descubrirlo es un problema que el individuo tiene que resolver. La declaración del ateo de que no hay Dios, no prueba nada; podrá creer firmemente que no tenemos ningún Padre Celestial, pero ciertamente no puede probar que no existe. Sí, nosotros sabemos que esa persona no lo sabe porque hay individuos que testifican positivamente que lo saben" (Joseph F. Merril, ex miembro del Consejo de los Doce, The Truth Seeker and Mormonism, pág. 104-105).

Se ha dicho que no se puede encontrar a Dios con los instrumentos de la ciencia o de la electrónica moderna. No obstante, el que busca la verdad no puede pasar por alto un poder fundamental tan abrumador para la conciencia, de que la existencia de un Ser Supremo se hace evidente si busca la causa y el efecto.


El hombre tiene un deseo innato de adorar. En los primeros tiempos, Dios habló a Israel: "Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre. No tendrás dioses ajenos delante de mí" (Éxodo 20:2-3). Se encierra una profunda verdad en la doctrina que recorre toda la historia sagrada, de que ningún hombre puede adorar más de un Dios. El adorar a Dios es tener una lealtad suprema en nuestra vida. Si tuviésemos el conocimiento interior de un Dios, el Padre Eterno, tendríamos el conocimiento de un mundo y una humanidad bajo un Dios, siendo todos hermanos.

¿Qué es lo que causa que las personas tengan el deseo de adorar? Parece haber algo innato en el alma del hombre que lo impulsa a buscar comunión con Dios. En el libro de Job se expresa de esta manera: "Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda" (Job 32:8). Esta declaración parece ser una alusión a la creación del hombre; mediante este espíritu es capaz de entender y razonar, y consiguientemente de discernir la verdad divina; mediante este espíritu llega a conocer a Dios.
Además de las evidencias históricas respecto a Dios y el razonamiento humano concerniente a su existencia, el conocimiento más seguro de El se logra mediante sus revelaciones.

Desde el principio y a través de los tiempos del Antiguo y Nuevo Testamento, Dios se manifestó a los hombres: primero a Adán, luego a los patriarcas de su posteridad hasta Noé, con quienes habló y conversó.

Después de Noé, se reveló a sí mismo a los que le siguieron: Abraham, Isaac, Jacob, Moisés y los profetas hasta el ministerio de Cristo. Habló durante la oración del bautismo de Jesús y también en su transfiguración.
Dios se reveló a sí mismo al líder del grupo de personas que abandonaron el viejo mundo durante el tiempo de la Torre de Babel y vinieron al hemisferio occidental. Seiscientos años antes de Cristo, habló con Lehi, para dirigirlo junto con su familia en su jornada al continente americano. Dios se ha revelado a sí mismo en la actual dispensación, al joven José Smith quien tuvo el privilegio de ver a Dios el Eterno Padre y a su Hijo, Jesucristo.

De este modo, a través de las edades, se han revelado al hombre los personajes que componen la Trinidad: Dios el Eterno Padre; Jesucristo, su Hijo y el Espíritu Santo. En el cristianismo se hace referencia a estos tres personajes como la Trinidad, no obstante son tres personas distintas, como se demostró en la ocasión del bautismo de Jesús, cuando se escuchó la voz del Padre y descendió el Espíritu Santo.

Por regla general, no obtenemos las cosas de valor a menos que estemos dispuesto a pagar un precio. El erudito no llega a ser sabio a menos que ponga el trabajo y el esfuerzo para triunfar; si no está dispuesto a hacerlo, ¿puede afirmar que no hay tal cosa como la erudición?

Los músicos, matemáticos, científicos, atletas y personas diestras en diferentes campos, dedican muchos años al estudio, la práctica y el trabajo arduo para lograr su habilidad. ¿Pueden aquellos que no están dispuestos a hacer el esfuerzo correspondiente, decir que no hay tal cosa como la música, las matemáticas, la ciencia o el atletismo? Es igualmente necio el hombre que diga que no hay Dios simplemente porque no tiene la inclinación de buscarlo.

La historia nos dice que hay un Dios; la ciencia confirma el hecho de que hay un Ser Supremo; el razonamiento humano nos persuade de que hay un Dios. Sus propias revelaciones a los hombres no dejan duda en cuanto a su existencia. A fin de que una persona adquiera un firme conocimiento de la realidad de Dios, debe vivir los mandamientos y las doctrinas anunciadas por el Salvador durante su ministerio personal. "Jesús les respondió y dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta" (Juan 7:16-17).


En otras palabras, aquellos que estén dispuestos a investigar, a dedicarse y hacer la voluntad de Dios, recibirán el conocimiento de la realidad de Dios.


Cuando un hombre ha encontrado a Dios y comprende sus designios, aprende que nada de lo que existe en el universo resultó por casualidad, sino que todas las cosas fueron el resultado de un plan divinamente preparado. ¡Qué conocimiento tan grande se introduce a su vida! Logra un comprensión que sobrepasa el conocimiento del mundo; y las bellezas del mismo se vuelven más hermosas, el orden del universo se vuelve más significativo y todas las creaciones de Dios son más comprensibles a medida que presencia el pasar de los días de Dios y las estaciones en su orden. Si todos los hombres pudieran encontrar a Dios y seguir por sus senderos, sus corazones se llenarían de amor hacia sus hermanos, y reinaría la paz entre las naciones.


Os testifico que Dios vive, que es nuestro Padre Celestial Eterno. Sé que Jesús es el Cristo, su Hijo y el Salvador del mundo. También sé que Dios revela su voluntad a sus profetas actuales como lo hizo en dispensaciones pasadas. Que podamos buscar a Dios con un verdadero deseo de conocerlo, lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén

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