Aproximadamente mil cuatrocientos años antes de Jesucristo (los historiadores no han
podido precisar una fecha exacta), una caravana de cerca de 600.000 esclavos hebreos, "sin contar los niños",1 escaparon de sus opresores egipcios, iniciando una lenta y difícil marcha hacia la Tierra Prometida. Estos eran los descendientes literales de José, Jacob,
Isaac y Abrahán, que unos 400 años antes habían bendecido a Egipto mediante sus virtudes y su laboriosidad, y quienes ".. . fructificaron y se multiplicaron, y fueron aumentados y fortalecidos en extremo. . . . " (Éxodo 1:7.) Pero después de un tiempo los
gobernantes egipcios olvidaron las bendiciones de José y sometieron a estas gentes a la esclavitud, exigiendoles pesados gravámenes y haciéndoles construir ciudades y monumentos dedicados a sus extraños dioses.
Bajo la dirección y el empeño de Moisés, los israelitas iniciaron su milagroso éxodo y después de unos cuarenta años de venturoso y esperanzado deambular por el desierto, llegaron a las montañas de Moab. Y desde estas cumbres pudieron ver ¡al fin!, allá abajo,
el encantado oasis de Jericó y el indudablemente impresionante panorama de la Tierra Prometida.
Fué precisamente en Moab que Moisés fué tomado de entre ellos. Pero antes de separarse, el gran profeta les predijo tanto sus victorias como sus derrotas. Por motivo de sus maldades y de su obstinación en no cumplir con las leyes que les fueron dadas, Moisés
predijo al pueblo de Israel: "Jehová traerá contra ti una nación de lejos, . . . nación cuya lengua no entiendas; gente fiera de rostro, que no tendrá respeto al anciano, ni perdonará al niño; . . . Y Jehová te esparcirá por todos ¡os pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos que no conociste tú ni tus padres. . . . " (Véase Deuteronomio 28:15-64; cursiva agregada.)
Es indudable que éste es uno de los eventos históricos que han sido más detalladamente predichos y documentados. Uno a uno, directores y profetas amonestaron al pueblo, a través de las edades, que si no se arrepentía de sus pecados y se volvía al Dios de sus padres, sería sacado de su tierra, sus ciudades habrían de ser arruinadas y sus gentes esparcidas como rastrojo al viento.2
Los profetas del Libro de Mormón, que salieron de Jerusalén 600 años antes de Jesucristo, tenían también mucha información con respecto a la dispersión de Israel. Durante su viaje desde Jerusalén hasta la costa del mar—lo cual constituyó parte de la referida dispersión—, el profeta Lehi predijo que los judíos caerían en la incredulidad, crucificarían al Mesías y serían luego esparcidos por toda la faz de la tierra. (Véase 1 Nefi 10:11-12.) Este mismo Lehi y los profetas que le sucedieron, recibieron y declararon revelaciones detalladas con respecto al compromiso de Israel por causa de su maldad, y también en cuanto a la división y esparcimiento de sus propias gentes debido a sus actitudes negativas hacia las enseñanzas y principios del evangelio.
La historia testifica innegablemente el literal cumplimiento de estas profecías. No ha habido en la historia otro pueblo que haya sido tan completamente desarraigado y esparcido como el de Israel. Más aún, nadie ha sido tan despreciado y tan violentamente
perseguido como los israelitas. Desde los tiempos en que Moisés lo profetizó, hasta las recientes acciones y cámaras de gas de la Segunda Guerra Mundial, estos infortunados aunque potencialmente bendecidos individuos han sido constantemente perseguidos, espantados, asesinados, despojados y dispersados por todas las naciones del mundo.
Los preliminares de la dispersión israelita quedaron establecidos con la división del pueblo, después del reinado de Salomón. El hijo de David y Betsabé heredó el trono de Israel en momentos en que éste había alcanzado su más alto nivel con respecto a estrategia y poder. A diferencia de su padre, Salomón no aumento las posesiones de Israel, sino que concentró particularmente su atención en el desarrollo cultural y económico. Fortaleció el intercambio comercial, construyó grandes ciudades y completó la edificación del hermoso templo de Jerusalén. Para mantener tan amplio programa
económico, dividió la tierra en distritos a fin de facilitar la aplicación y administración de impuestos. Esta división administrativa se ajustó a la distribución geográfica previamente establecida entre las Doce Tribus y determinó el comienzo de una era de discordias y conflictos entre éstas que posteriormente trajo como consecuencia la destrucción del pueblo.
Después de la muerte de Salomón, el reino que David había unificado fue nuevamente dividido en dos partes. La tribu de Judá, incluyendo una parte de las de Simeón y de Benjamín, se estableció en el Sur del país, con Jerusalén como cabecera. Israel, comprendiendo las demás tribus, se instaló en el Norte, con - asiento en Samaría. Así comenzó un período, aproximadamente 900 años antes de Jesucristo, de severas . contiendas entre Roboam, el hijo de Salomón, rey de Judá, y Jeroboam, el joven oficial de la tribu de Efraín que en un tiempo gozara del favor de Salomón. Las guerras entabladas entre estos dos caudillos y sus respectivos pueblos, terminaron por dividir y debilitar sus reinos, abriendo paso a la subsiguiente conquista por parte de las potencias extranjeras.
Fue en esta época entonces (entre los años 875 y 850 antes de Jesucristo), que los profetas Elías y Elíseo amonestaron firmemente a las gentes, advirtiendoles que si persistían en sus iniquidades serían severamente perseguidos y dispersados. Fue también durante este período que Samaría fue sitiada, siendo entonces cuando encontramos la primera referencia a una parcial dispersión de los hijos de Israel.
La división hebrea entre los dos fragmentos (Israel y Judá), y las guerras y conflictos consiguientes, como dijimos antes, abrió las puertas a la invasión extranjera. En esa época, conforme la historia lo relata, los egipcios hicieron exitosas incursiones en las comarcas de Judá y conquistaron varias ciudades de Israel. Parece evidente, asimismo, que estos invasores, en adición a los esperados botines de guerra, capturaron a muchos
israelitas, llevándolos cautivos a Egipto.
Algo más tarde, durante el reinado de Acab, Samaría fue otra vez sitiada y aunque los invasores fueron derrotados, las Escrituras contienen evidencias de que muchos israelitas fueron expulsados hacia el Norte y se establecieron en las ciudades cercanas a Damasco. (1 Reyes 20:34.) Sin embargo, la primera migración en gran escala tuvo lugar durante el reinado de Tiglat-pileser III, rey de Asiría. Cerca del año 734 a.J.C, habiendo dominado las ciudades del oriente, este monarca puso sus ojos en las comarcas occidentales, tomó Damasco y luego colocó al pueblo todo de Israel bajo su control. Y en el transcurso de su conquista, Tiglat-pileser llevó cautivos a Asiría a un gran número de caudillos y personas prominentes de Israel. Samaría, no obstante, resistió exitosamente la invasión, pero el sucesor de este rey, Salmanasar, sitió la ciudad durante tres años el cabo de los cuales, otro rey de Asiría, Sargón II, la conquistó llevando entonces en calidad de esclavos a 27.290 israelitas, la mayoría de ellos de alta jerarquía, a lá ciudad de Babilonia. En su esfuerzo por destruir definitivamente el reino de Israel, Sargón reemplazó a estos esclavos por gentes de Babilonia y de Media. Este fué el origen de los Samaritanos, "los extranjeros en la tierra" que tanto despreciaban los judíos en los tiempos de Jesús. En esa época, los profetas Amos, Oseas y posteriormente Isaías predicaron al pueblo, sin un éxito constante, tratando de persuadir al pueblo hacia el camino del bien.
Tiglath-Pileser III (en acadio: Tukultī-Apil Ešarra: Mi confianza está en el hijo de Esharra) fue un prominente rey de Asiria en el siglo VIII a. C. Gobernó entre 745 y 727 a. C. y fue el fundador del Imperio neoasirio.Está considerado uno de los más exitosos comandantes de la historia. Sus conquistas abarcaron la mayor parte del mundo conocido por los antiguos asirios.
La caída de Samaría dejó a Judá todavía independiente pero en una situación difícil e insegura. Siendo que Uzías accedió a pagar tributos a los Asirios, éstos permitieron que Judá no fuese perturbada, al menos hasta después de la muerte de Sargón. Sin embargo,
en el año 701 tuvo lugar una revuelta y el nuevo rey de Asiría, Senaquerib, invadió Judá y cercó Jerusalén, conquistando los pequeños pueblos de los alrededores.
Senaquerib (Izquierda) (Acadio: Śïn-ahhe-eriba, "Sin ha reemplazado a mis hermanos (perdidos) por mí") fue rey de Asiria desde el 12 de Av (julio-agosto) de 705 a. C. hasta su muerte, el 20 de Tevet (diciembre-enero) de 681 a. C., así como de Babilonia entre 705 y 703, y nuevamente desde 689 a. C. hasta su muerte.
En esta oportunidad, Isaías proclamó a Jerusalén como la Ciudad de Dios y la declaró inviolable, lo cual evitó que fuese destruida, pero muchos judíos fueron llevados cautivos por los invasores. Aparentemente, en esta misma época fueron establecidas en Egipto varias colonias judías. (Jeremías 44:10.) No obstante haber sido preservada gracias a las
palabras de Isaías, tal como las poblaciones circunvecinas la ciudad de Jerusalén quedó en una situación muy precaria. El pueblo dormía cada vez más profundamente en la iniquidad y el gran maestro Jeremías comenzó a declarar entonces sus proféticas predicciones concernientes a la final destrucción de la Ciudad Santa.
Y fué durante este período que muchos judíos, incluso Lehi y su familia, abandonaron el país. Mientras tanto, un nuevo ejército comenzaba a prepararse en el Este. El reino asírio tambaleaba y Nabucodonosor, el dinámico caudillo babilonio, iniciaba su marcha. En el Occidente, los egipcios aumentaban su poderío y en el año 608 a.J.C. Necao, el rey de Egipto, envió sus ejércitos en contra de Palestina y capturó muchos judíos.
Necao era hijo de Psamético I y de Mehetenusejet. Su esposa fue Jedebarbenet,
madre de Psamético II.
Apoyó a los asirios contra Babilonia. Como consecuencia de una expedición, mandada personalmente por Necao en 608 a. C., Josías, el rey de Judá, fue derrotado y muerto en Megido. En su lugar fue designado rey su hijo Joacaz, pero sólo duraría tres meses pues Necao lo sustituyó por el primogénito Joaquim, restaurando así la supremacía egipcia sobre Palestina.
Pese a sus victorias militares, el imperio babilónico —característica de todos los pueblos que conquistan por la espada—comenzó a desintegrarse desde adentro, y tal como ha sucedido siempre en la historia, un nuevo poder estaba listo para tomar control de la situación.
En el año 539 a.J.C, Ciro el Grande, rey de Persia, completó su conquista de Babilonia y saqueó lo que quedaba de Judá y de Israel. La administración persa, sin embargo, fué benevolente.
Ciro II el Grande, quien nació entre los años 600 y 575 a.C., fue un gran guerrero, pero sobre todo un extraordinario gobernante que fundó al Imperio Persa y lo convirtió en el más extenso y poderoso de su época.
A diferencia de los asirios y de los babilonios, Ciro invirtió la política de deportación aplicada a las gentes de Israel e instituyó un programa de restablecimiento de los cautivos a sus respectivos hogares. Y éste fué el principio de la reconstrucción del estado hebreo que continuó luego bajo la regencia de Darío I y de Artajerjes. Conducidos por los profetas Ezra y Nehemías respectivamente, sendos contingentes de israelitas regresaron a sus lares y comenzaron a reencauzar sus vidas en los cánones originales de la religión hebrea. En el año 516 a.J.C. fué completada la reconstrucción del templo de Jerusalén. Ezra compiló y editó los cinco primeros libros que actualmente forman parte del Antiguo Testamento (el Pentateuco) y estableció los preliminares para la restauración de la vida judía conforme a las leyes de Moisés. Gracias a la obra de Ezra y de Nehemías y a la vigilante aprobación de los gobernantes persas, el reino hebreo logró recuperar eventualmente casi la mitad del tamaño que tenía antes de ser destruido por los babilonios, unos 125 años atrás.
Durante este período de administración persa, muchos hebreos prosperaron y llegaron a tener influencia en las ciudades orientales. Un gran número de ellos nunca regresó a Palestina. Sus descendientes formaron los núcleos de la comunidad judía que se arraigó en Irak hasta el año 1948 de nuestra era, cuando los grandes conflictos árabe-judíos causaron su regreso al nuevo Estado de Israel.
Nuevamente la historia se repitió y el imperio persa comenzó a decaer, y terminó siendo conquistado por Alejandro Magno, quien en el año 331 a.J.C. incorporó el territorio al imperio griego. El reinado de Alejandro, sin embargo, fue relativamente corto y cuando este murió ocho años después, sus dos generales principales, Seleuco Nicátor y Ptolomeo I, lucharon por el trono y concluyeron por dividir el reino. Seleuco estableció las cabeceras de su dominio en Siria y en Fenicia, en tanto que Ptolomeo centralizó su poderío en Egipto y en Alejandría. Palestina, estando ubicada en medio de ambos reinos, debió soportar las continuas guerras entabladas entre ellos.
Y así encontramos en la historia que durante los subsiguientes 25 años Jerusalén cambió de dueño siete veces, mientras que miles de hebreos fueron nuevamente tomados cautivos y, dispersados en distintos lugares.
El historiador Filón estimó que aproximadamente unos 40 años antes del nacimiento de Jesús había en Egipto más de un millón de judíos. Cientos de miles más emigraron o fueron llevados a Antioquía y a las ciudades del Norte, desde donde se esparcieron por Persia, Media, Armenia y más aún hacia el Este y el Norte.
Un segundo período de restauración, sin embargo, tuvo lugar durante el reinado de los Macabeos. En el año 168 a.J.C, un sacerdote hebreo llamado Matatías rehusó someterse a la voluntad de Antíoco, quien había hecho erigir una serie de altares a todo lo largo del
país y dispuso que todos sus habitantes debían adorar al dios Zeus. En su rebeldía, el sacerdote hebreo mató a un soldado griego, por lo que debió huir al desierto junto con su familia. Enteradas de esta rebelión, muchas otras familias judías comenzaron a reunírseles y pronto la situación desembocó en un conflicto en gran escala.
Judas Macabeo, uno de los hijos de Matatías, organizo una serie de guerrillas contra los griegos y sus guarniciones, logrando recuperar la mayor parte de Palestina, incluso el templo de Jerusalén. Algo más tarde, otro guerrero macabeo, Alejandro Janneo, reconquistó toda la Palestina y reestableció el Estado Hebreo. Sin embargo, estas felices circunstancias no duraron mucho tiempo. A poco, una nueva división se produjo entre los judíos. Los Fariseos, que practicaban la religión en base a una pureza ritual, comenzaron a disputar y contender con los Saduceos, quienes profesaban la religión en directa conexión con sus actividades y procederes humanos. Después de la muerte de Janneo, sus dos hijos, Hircano II y Aristóbulo II, a favor de los Fariseos uno y en pro de los Saduceos el otro, lucharon por el reino, cometiendo ambos un error al recurrir—ignorado el uno las intenciones del otro— al romano Pompeyo en busca de ayuda. Pompeyo se tomó su tiempo y cuando ambas potencias estaban debilitadas, atacó Jerusalén y tomó todo el territorio de Palestina en el año 63 a.J.C Este fué el principio del imperio romano v el fin de la independencia judía hasta el año 1948 de nuestra era, cuando el nuevo Estado de Israel fué declarado y establecido.
Así vemos que las profecías concernientes a los pesares, afanes y dispersión de Israel, pronunciadas aun antes del nacimiento de Jesús, se han cumplido literalmente. Sin embargo, los israelitas no fueron dejados sin promesas o esperanzas. También los profetas han predicho el recogimiento de Israel. Todos aquellos que predijeron su dispersión, prometieron también que algún día los israelitas iban a ser restaurados y congregados nuevamente. Pero esta promesa ha sido dada siempre con la condición de que retornaran a las enseñanzas de sus padres y aceptaran a Jesucristo como el Hijo de Dios. Pero he aquí, así dice el Señor Dios: Cuando llegue el día en que crean en mí y que yo soy Cristo, he pactado con sus padres que entonces serán restaurados, en la carne, a los países de su herencia sobre la tierra. Y acontecerá que serán reunidos de su larga dispersión, desde las islas del mar y desde las cuatro partes de la tierra. . .. (2 Nefi 10:7-8.)
Llamadas
l Exodo 12:37.
2
1 Reyes 14:51; Isaías 5:1-7, 13; 10:3; 42:24-25; Jeremías
7:12-15; 9:11; 10:22; 34:17; Ezequiel 20:23; 22:15; 34:6; 36:19;
Amos 7:17; 9:9; Miqueas 3:12; Zacarías 10:9.