Élder Joseph B. Wirthlin
Del Quórum de los Doce Apóstoles
"La forma en que reaccionamos ante la adversidad es un factor importante respecto a cuán felices y exitosos seamos en la vida".
Cuando era joven me encantaba jugar deportes y tengo lindos recuerdos de esos días; pero no todos son agradables. Recuerdo que un día, después de que mi equipo de fútbol americano perdió un partido difícil, llegué a casa desanimado. Allí estaba mi mamá y escuchó mi triste relato. Ella enseñó a sus hijos a confiar en sí mismos y el uno en el otro, a no culpar a los demás por sus infortunios y a poner su mejor esfuerzo en todo lo que hicieran.
Cuando nos caíamos, esperaba que nos levantáramos y que siguiéramos adelante, así que no me sorprendió del todo el consejo que me dio; lo he recordado toda la vida.
“Joseph”, dijo, “venga lo que venga, disfrútalo”.
He reflexionado a menudo en ese consejo.
Creo que lo que quiso decir es que todos tenemos altibajos y ocasiones en las que parece que los pájaros no cantan ni las campanas repican. Sin embargo, a pesar del desánimo y la adversidad, las personas más felices parecen saber cómo aprender de los tiempos difíciles y, como resultado, llegan a ser más fuertes, sabias y felices.
Quizás haya quienes piensen que las Autoridades Generales raras veces experimentan dolor, sufrimiento o angustia; si tan sólo fuera verdad. Aunque todo hombre y mujer que está en este estrado hoy ha experimentado una gran medida de gozo, cada uno también ha bebido profundamente de la copa de la desilusión, del dolor y de la pérdida. En Su sabiduría, el Señor no protege a nadie del dolor ni de la tristeza.
En mi caso, el Señor ha abierto las ventanas de los cielos y ha derramado bendiciones sobre mi familia más allá de mi capacidad de expresión. Sin embargo, al igual que todos, he tenido momentos en la vida en que parecía que el dolor de mi corazón fuera más de lo que pudiera soportar. En esos momentos pienso en aquellos días de mi juventud cuando los pesares más grandes eran por perder un partido de fútbol americano.
Qué poco sabía yo de lo que me esperaba en años posteriores; pero cada vez que pasaba por temporadas de tristeza y dolor, recordaba a menudo las palabras de mi madre: “Venga lo que venga, disfrútalo”.
¿Cómo podemos disfrutar de los días llenos de pesar? No podemos, por lo menos no en ese momento. No creo que mi madre estuviera sugiriendo que suprimiéramos el desaliento ni negáramos la realidad del dolor; no creo que sugiriera que encubriésemos las verdades desagradables bajo una capa de felicidad fingida; pero sí creo que la forma en que reaccionamos ante la adversidad es un factor importante respecto a cuán felices y exitosos seamos en la vida.
Si enfrentamos la adversidad sabiamente, los momentos más difíciles pueden ser los de mayor crecimiento, lo que, a su vez, puede traer momentos de mayor felicidad.
Con el correr de los años he aprendido algunas cosas que me han ayudado en momentos de pruebas y adversidades, y me gustaría compartirlas con ustedes.
Aprender a reír
Lo primero que podemos hacer es aprender a reír. ¿Alguna vez han visto a un conductor enojado que, cuando alguien comete un error, reacciona como si esa persona hubiera insultado su honor, su familia, su perro y sus antepasados remontándose hasta Adán? ¿O han tenido un encuentro con la puerta de un gabinete que se dejó abierta en el momento y el lugar precisos, la cual ha sido maldecida, condenada y maltratada por la víctima con la cabeza adolorida?
Hay un antídoto para momentos como esos: aprender a reír.
Recuerdo cuando subimos a nuestros hijos a una camioneta y manejamos hasta Los Ángeles. Había por lo menos nueve personas en el auto, e invariablemente nos perdíamos. En lugar de enojarnos, nos reíamos; cada vez que dábamos vuelta equivocadamente, nos reíamos más fuerte.
Perdernos no era algo raro para nosotros. Una vez, cuando íbamos hacia el sur, a Cedar City, nos equivocamos de camino y no nos dimos cuenta sino hasta dos horas después cuando vimos los carteles que decían: “Bienvenidos a Nevada”. No nos enojábamos; nos reíamos y, como resultado, raras veces había enojo y resentimiento. Nuestra risa creaba recuerdos gratos para nosotros.
Recuerdo cuando una de nuestras hijas iba a salir en una cita concertada por otros con alguien que no conocía. Estaba arreglada y esperando que llegara el joven cuando sonó el timbre. Al abrir la puerta, entró un hombre que era un poco mayor, pero ella trató de ser cortés. Nos lo presentó a mi esposa, a mí y a sus hermanos, se puso el abrigo y salieron. La observamos mientras se subía al auto, pero el auto no se movió. Finalmente, mi hija se bajó y, sonrojada, entró corriendo a la casa. El hombre que ella pensaba que iba por ella en realidad iba a recoger a otra de nuestras hijas que había aceptado cuidar a los niños de él y de su esposa por unas horas.
Todos nos reímos bastante de eso; en realidad, no podíamos dejar de reír. Más tarde, cuando llegó el joven que sí tenía una cita con nuestra hija, no pude salir a recibirlo porque todavía estaba en la cocina riéndome. Ahora me doy cuenta de que nuestra hija podría haberse sentido humillada y avergonzada, pero se rió con nosotros y, por ende, todavía hoy nos reímos de ello.
La próxima vez que se sientan tentados a quejarse, más bien intenten reírse; alargarán su vida y harán más agradable la vida de todos los que los rodean.
Buscar lo que es eterno.
La segunda cosa que podemos hacer es buscar lo que es eterno. Al pasar por adversidad, quizás sientan que sólo a ustedes les sucede todo, quizás sacudan la cabeza y se pregunten: “¿Por qué a mí?”.
Pero, tarde o temprano, el indicador de la rueda del pesar señala a cada uno de nosotros. En un momento u otro, todos debemos sentir pesar. Nadie está exento.
Me encantan las Escrituras por-que nos dan ejemplos de hombres y mujeres grandes y nobles como Abraham, Sara, Enoc, Moisés, José, Emma y Brigham. Cada uno de ellos sufrió adversidad y pesar que puso a prueba, fortaleció y refinó su carácter.
El aprender a sobrellevar los momentos de desilusión, sufrimiento y pesar es parte de nuestra capacitación sobre la marcha. Esas experiencias, aunque a menudo son difíciles de soportar en el momento, son precisamente el tipo de experiencias que expanden nuestra comprensión, edifican nuestro carácter y aumentan nuestra compasión por los demás.
Debido a que Jesucristo sufrió intensamente, Él comprende nuestro sufrimiento, comprende nuestro dolor. Experimentamos situaciones difíciles para que también tengamos mayor compasión y comprensión hacia los demás.
Recuerden las palabras sublimes del Salvador al profeta José Smith cuando éste sufría con sus compañeros en la agobiante oscuridad de la cárcel de Liberty: “Hijo mío, paz a tu alma; tu adversidad y tus aflicciones no serán más que por un breve momento; y entonces, si lo sobrellevas bien, Dios te exaltará; triunfarás sobre todos tus enemigos”1.
Con esa perspectiva eterna, esas palabras consolaron a José, y también pueden consolarnos a nosotros. A veces, los momentos que parecen abrumarnos de sufrimiento son los que, a la larga, nos permitirán triunfar.
El principio de la compensación.
Lo tercero que podemos hacer es comprender el principio de la compensación. El Señor compensa a los fieles por toda pérdida. Lo que sea quitado de los que amen al Señor les será añadido, a la manera de Él. Aunque quizás no llegue en el momento que deseemos, los fieles sabrán que toda lágrima de hoy, con el tiempo, será compensada cien veces con lágrimas de regocijo y de gratitud.
Una de las bendiciones del Evangelio es el conocimiento de que cuando la cortina de la muerte indique el final de la vida terrenal, la vida continuará del otro lado del velo, y allí tendremos oportunidades nuevas. Ni siquiera la muerte puede quitarnos las bendiciones eternas prometidas por un amoroso Padre Celestial.
Debido a que el Padre Celestial es misericordioso, prevalece el principio de la compensación. Lo he visto en mi propia vida. Mi nieto Joseph tiene autismo. Ha sido muy doloroso para su madre y su padre aceptar las repercusiones de esa aflicción.
Sabían que Joseph quizás nunca fuera como otros niños; entendían lo que eso significaba no sólo para Joseph sino también para la familia. Pero, qué gozo ha sido para nosotros. Los niños autistas con frecuencia tienen dificultad para mostrar sus emociones, pero cada vez que estoy con él, Joseph me da un fuerte abrazo. Aunque ha habido desafíos, él ha llenado nuestra vida de regocijo.
Sus padres lo han motivado a participar en deportes. Cuando comenzó a jugar béisbol, lo pusieron en los jardines, pero creo que no entendía que debía correr tras la pelota. Él se ideó una forma mucho más eficiente de jugar. Cuando bateaban una pelota hacia él, Joseph la miraba pasar, luego sacaba otra pelota de su bolsillo y se la tiraba al lanzador.
Cualquier reserva que haya tenido la familia en cuanto a la crianza de Joseph, cualquier sacrificio que haya hecho, se ha compensado diez veces. Por causa de ese espíritu escogido, sus padres han aprendido mucho acerca de los niños discapacitados; han sido testigos directos de la generosidad y la compasión de familiares, vecinos y amigos. Se han regocijado juntos con el progreso de Joseph y se han maravillado por su bondad.
Confiar en el Padre Celestial y en el Hijo
La cuarta cosa que podemos hacer es confiar en nuestro Padre Celestial y en Su Hijo Jesucristo.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito”2. El Señor Jesucristo es nuestro compañero, ayudante y defensor. Él quiere que seamos felices y tengamos éxito. Si hacemos nuestra parte, Él hará la Suya.
Él, que descendió debajo de todas las cosas, vendrá a nuestro auxilio, nos consolará y nos sostendrá; nos fortalecerá en nuestra debilidad y en nuestra angustia; hará que las cosas débiles sean fuertes3.
Una de nuestras hijas, después de tener un bebé, enfermó de gravedad. Oramos por ella, la bendijimos y la apoyamos lo mejor que pudimos. Esperábamos que recibiera la bendición de ser sanada, pero los días se volvieron meses y los meses años. En cierto momento le dije que quizás tuviera que luchar con esa aflicción el resto de su vida.
Una mañana recuerdo haber sacado una tarjetita y haberla puesto en mi máquina de escribir. Éstas son algunas de las palabras que le escribí: “El secreto sencillo es éste: pon tu confianza en Dios, haz lo mejor que puedas y luego déjale el resto a Él”.
Ella confió en Dios, pero su aflicción no desapareció. Sufrió muchos años, pero a su debido tiempo, el Señor la bendijo, y con el tiempo recuperó la salud.
Conociendo a mi hija, sé que aunque nunca hubiera hallado alivio, habría seguido confiando en el Padre Celestial y le hubiera “[dejado] el resto a Él”.
Conclusión
Aunque hace mucho tiempo que mi madre murió y recibió su recompensa eterna, sus palabras siempre me acompañan. Aún recuerdo el consejo que me dio ese día hace mucho tiempo cuando mi equipo de fútbol americano perdió un partido: “Venga lo que venga, disfrútalo”.
Sé por qué debe existir una oposición en todas las cosas. La adversidad, si se maneja correctamente, puede ser una bendición en la vida; podemos aprender a disfrutarla.
Al procurar tener sentido del humor, buscar la perspectiva eterna, comprender el principio de la compensación y acercarnos a nuestro Padre Celestial, podremos soportar las dificultades y las pruebas; podremos decir, como dijo mi madre: “Venga lo que venga, disfrútalo”. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.
Notas
1. D. y C. 121:7–8.
2. Juan 3:16.
3. Véase Éter 12:27.
Fuente : CONFERENCIA - OCTUBRE 2008
Imágenes : Colocadas por el autor de este blog, recopiladas de Internet
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