martes, 9 de diciembre de 2008

COMO SEPULTAR A UN PROFETA



Por: Kathleen Flake
Profesora Asociada. Historia Religiosa, U. de Vanderbilt


(Para el Washington Post, Seccion Religion)





Los Santos de los Últimos Días sepultaron a su profeta el sábado. Miles asistieron al servicio en persona y millones de fieles más lo vieron en capillas por todo el mundo, así como en la internet. Lo que vieron fue una ceremonia inusualmente personal para un hombre muy público que guió y, en un alto grado, definió la contemporaria Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Sin tomar en cuenta el número y título de los participantes, el funeral de Gordon Hinckley fue un tema familiar tanto en palabra como en sacramento. Fue un despliegue extraordinario de lo que hace funcionar al Mormonismo.



Gordon Bitner Hinckley falleció a la edad de 97 años, habiendo estado en los consejos directivos de la iglesia desde 1958 y habiendo servido como su decimoquinto presidente desde 1995. Él moldeó la iglesia a través de medio siglo de crecimiento en 160 países. Un tercio de su actual membresía se unió durante su dirigencia como presidente. Su consejo para ellos fue más práctico que sublime: sean mejores vecinos, elévense un poco más y escojan lo justo, lo correcto. Fue muy amado por vivir estas virtudes. Desplegando un vigor notable al final de su vida, viajó para encontrarse con miembros de la iglesia en cada continente, respondiendo a sus necesidades con programas de construcción, de bienestar y curriculares cuyos costos son imposibles de imaginar y que nadie admitirá.



Él se encontró con la prensa también a un grado sinigual y con una apertura desconocida a la fecha entre el liderismo del Mormonismo. También este esfuerzo fue ampliamente exitoso. No menos que un cínico como Mike Wallace de CBS admitió que Hinckley "se merece la casi universal admiración que recibe." El calificador es una referencia necesaria para muchos que desconfiaban las representaciones de Hinckley en que planteaba al Mormonismo como Cristiano y su insistencia en que el matrimonio estaba apropiadamente limitado a un hombre y una mujer.




En el otro extremo, para los críticos internos que creían que él había entregado demasiado en la entrevista con Larry King, Hinckley respondió simplemente que: “Conozco las doctrinas de esta iglesia tan bien como cualquiera.” Su llamado fue inter-creencias, no ecumenismo. No hubo defensor más leal de la premisa de José Smith de haber restaurado la plenitud del evangelio Cristiano y la iglesia que Gordon Hinckley. Él era, como dijo Jon Meacham de Newsweek, “un hombre encantador y comprometedor, un prelado sinigual, y todo lo impresionante que eso significa.”



Lo mismo se podría decir de su funeral. Fue una mezcla sinigual pero impresionante de lo sacramental y de lo secular. Esto es porque el funeral de Gordon Hinckley no fue una excepción a la regla general del Mormonismo de que las familias entierren a sus muertos. Ellos diseñan y ejecutan el programa del servicio. Ellos dan las oraciones y realizan las ordenanzas que envían a sus seres queridos hacia la vida próxima. Sí, la capilla en este caso era el Centro de Conferencias SUD que contenía 21.000 deudos; el pastor laico que condujo la reunión fue Thomas Monson, el presunto sucesor de Hinckley como “profeta, vidente y revelador” y la música fue provista por el Coro del Tabernáculo Mormón de más de 300 personas. Pero en todas las demás cosas esenciales, el servicio fue realizado por la familia. Un hijo dio la primera oración. Monson condujo la reunión a pedido de la familia, dijo, y no por derecho eclesiástico. Sólo un dignatario fue mencionado entre los deudos: un representante del presidente estadounidense. Cuando se dio su nombre, el breve vistazo de la cámara lejos del púlpito hacia la audiencia nos presentó la única vista de otros famosos.



La eulogía fue dada por una hija quien describió la vida de su padre como un punto medio en la historia de sacrificio, muerte y supervivencia de las actuales siete generaciones que conforman la saga de los Mormones. Incorporando en la historia en forma explícita a los millones que veían, ella declaró “somos una familia que comparte una herencia de fe”. Luego hablaron amigos con altos títulos. Aunque se entregó la lista de requisitos de sus logros eclesiásticos, ésta estuvo subordinada a su éxito como un amigo valiente y entretenido y un exitoso esposo y padre. Otra hija dio la última oración: “estamos ligados por el conocimiento de que le volveremos a ver nuevamente como familia, como amigos.”



Los hijos e hijas de Hinckley, con sus esposas y esposos, sacaron el féretro del salón y entre una guardia de honor conformada por las autoridades de la iglesia. Las cámaras siguieron a los deudos, enfocándose en sus cinco hijos, veinticinco nietos y sesenta y dos bisnietos que formaban el cortejo hacia el cementerio. Ahí, posiblemente lo más sorprendente, el hijo mayor dedicó la tumba sin fanfarria. No importando la presencia de los líderes principales de la iglesia, el hijo dio un paso adelante para pronunciar “Por la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec, dedico esta tumba para los restos de Gordon B. Hinckley, hasta aquel tiempo en que Tú le llamarás”. Entonces, los jerarcas fueron “despachados”, como lo planteó Monson. Finalmente, como enseña la iglesia en el caso de la vida después de la muerte, sólo la familia permaneció.



Las familias son, como les gusta decir a los Santos de los Últimos Días, “eternas”. Lo que ellos no dicen es que la iglesia no es eterna. Es sólo el instrumento para investir a las familias, con el derecho y el deber de mediar los dones del evangelio para sus miembros, sellando el deseo entre ellos como familias en la vida venidera. Este fue el mensaje de Hinckley como profeta. Como él lo habría hecho y tal como los mejores funerales mormones lo hacen, su mensaje fue incorporado y actuado por su familia, quienes le bendijeron en la muerte no menos que en la vida. Así es como los Santos de los Últimos Días, al menos, sepultan a un Profeta.



Fuente:
www.cumorah.org


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